En un mundo donde parece que ya nada nos asombra, un rincón de Amorebieta nos demuestra que los secretos más valiosos pueden estar ocultos justo delante de nuestros ojos. Tras décadas de cambios y transformaciones, el Bar Café Ibaizabal, el mítico «Teles», se ha mantenido intacto, escondido tras los libros, cuentos y puzles de la entrañable librería Billiken.
Mi sorpresa ha sido mayúscula al enterarme de que tras el grueso muro que formaban los libros, puzles, cuentos, pinturas y demás artilugios tras el mostrador de Billiken, ahí detrás, sigue estando igual que hace más de 50 años el Bar Café Ibaizabal, el de Teles. Con su barra en forma de U, con sus botellas de vino, de coñac, de anís…
Y pensar que, hasta hace muy poquitos años, yo me emocionaba simplemente con ver el toldo antiguo del café, recogido y ajado, que hacía de pórtico de la librería. Imaginaba aquel toldo desplegado, dando sombra a las mesas de mármol atendidas por apuestos camareros con bandeja y pajarita, tal y como me contaban nuestros mayores hace ya algunos años en el documental “Paseo de Celayeta Parkea”. Aquel toldo ya me parecía un legado, patrimonio zornotzarra de un pasado antiguo pero reciente.
Ahora, al enterarme de que semejante tesoro sigue intacto, he preferido no preguntar cómo es posible. La posibilidad de una respuesta pragmática ha frenado en esta ocasión mi curiosidad, y he preferido volver a imaginar. La preciosa poesía que María Aldazabal dedicó a su tío Eduardo me ha ayudado; Eduardo marchó a Barcelona y de allí volvió con las maletas llenas de libros y de sueños. La cafetería de copa y puro familiar no era para él, y en su lugar construyó su sueño.


Pero no en “todo” su lugar. Solo ocupó una parte. Y mantuvo tras las estanterías llenas de cultura el que había de haber sido su destino. Acaso le dirían en casa que “de los sueños no se come” o “pon la librería si quieres, pero el bar no lo toques, por si acaso”. O tal vez Teles, su aita, fuera un “hombre de los de antes” y le dijera con un golpe en la mesa: “¡El bar no se toca!”
Sin embargo, en este caso, los sueños parece que sí que daban de comer, y han dado de comer muchos años. ¿Entonces? ¿Cuántas veces le pudo decir su hermana Conchi que necesitaban más sitio para tanto libro, tanta carpeta, tanta acuarela, que ya habían demostrado que su negocio era viable, que ya no había razón para conservar ese espacio al fondo, vacío y en silencio?
Los que hemos tenido la suerte de conocer Billiken sabemos bien que había un problema de falta de espacio o de cantidad de elementos, según se mire. ¿Habría una necesidad de reivindicar más espacio? ¿De evidenciar que tenía razón cuando decía que los zornotzarras sí consumirían cultura y que necesitaría más espacio para ello?
Y puestos a imaginar… ¿Os imagináis la reapertura del Café Ibaizabal? Manteniendo su barra original, su estética parisina, esos ventanales al parque, a la fuente, a «la patata»… Y a una terraza con mesitas redondas bajo los plataneros, donde sentarnos a leer un buen libro, tomar un café o un vermú, o simplemente a ver la vida zornotzarra pasar.
En el ejercicio de nostalgia que hacemos recordando el pasado, a menudo surge como tema los bares desaparecidos en Amorebieta. Ahí estaba el Bikandi, ahí el Txili, el Gorritxu. Y ahí estaba el Teles. Pues no, sorprendentemente, ¡ahí está!