Tras un extenso recorrido en zonas de conflicto, desde Centroamérica hasta Palestina, hoy preside la Fundación Mundubat, donde continúa trabajando por la justicia social. En esta entrevista, Eneko nos habla sobre su trayectoria desde Venezuela hasta Euskadi, su compromiso con las causas humanitarias y su visión sobre los desafíos globales y locales, incluida la integración de la población migrante en Euskal Herria.
Eneko Gerrikabeitia nació en Chirgua, Venezuela, en 1974, y llegó a Amorebieta a los 11 años, en 1985. Sus aitite y amama fueron migrantes vascos que llegaron a Venezuela después de la Guerra Civil, en busca de una vida mejor. Más tarde, sus padres siguieron un camino similar, pero en sentido inverso: regresaron a Amorebieta para ofrecer un futuro mejor a sus tres hijos. Estas experiencias marcaron a Eneko, despertando en él un temprano interés por los asuntos sociales. Estudió Ciencias Políticas y, tras realizar un posgrado en Acción Humanitaria – Derecho Internacional Humanitario, comenzó su carrera profesional en favor de los derechos humanos. Hoy en día preside la Fundación Mundubat.
¿Cuál ha sido tu recorrido hasta llegar a ser presidente de Mundubat?
Durante mis estudios universitarios, tomé conciencia de las desigualdades y las injusticias en el mundo. Al terminar la carrera, decidí hacer un posgrado en Acción Humanitaria – Derecho Internacional Humanitario en la Universidad de Deusto, lo que me abrió las puertas para trabajar como voluntario en una ONG. En ese momento, la opción que más se alineaba con mi ideología era Paz y Tercer Mundo (Hirugarren Mundubat eta Bakea), lo que hoy es Mundubat. Así que fui a Nicaragua por seis meses y, justo al finalizar mi voluntariado, ocurrió el huracán Mitch, que devastó gran parte de Centroamérica. Apoyé en el diseño de un proyecto para trabajar en labores de reconstrucción y lo aceptaron, así que me quedé tres años más.
Cuando regresé, seguí colaborando en proyectos para apoyar a cooperativas agrícolas y pesqueras en Nicaragua, enfocándome en la reintegración de personas que habían participado en el conflicto armado. Luego, en 2001, después de una serie de terremotos en El Salvador, regresé para trabajar en proyectos de emergencia, donde estuve otros tres años. Posteriormente, pasé cinco años en Colombia, en una zona muy conflictiva en la que los paramilitares llegaron a asesinar a un compañero nuestro, Iñigo Egiluz. Allí trabajamos con pueblos indígenas y afros para apoyar su autonomía, ya que estaban en el epicentro del conflicto. También colaboramos estrechamente con movimientos campesinos y organizaciones de mujeres víctimas del conflicto armado.
Tras Colombia, fui a Palestina, donde pasé otros cinco años. La situación de ocupación que sufre Palestina es evidente y frustrante. Trabajé en Cisjordania y en la franja de Gaza, y fui testigo de los bombardeos de 2014. Israel es el país con el mayor número de violaciones de resoluciones de la ONU y, sin embargo, goza de impunidad total, respaldada por potencias como Estados Unidos y la Unión Europea, además de la industria armamentística, que ve con interés el conflicto.
Además, he visitado los campamentos saharauis en Tinduf, donde el pueblo saharaui lucha por sobrevivir en una situación de injusticia extrema. Tras 16 años trabajando en zonas de conflicto, me pidieron que volviera para unirme al comité de gestión de la fundación. Debido a mi experiencia y compromiso con la organización, finalmente asumí el cargo de presidente. Y recientemente hemos creado un espacio en Gallarta, Martin Etxea*, para la acogida de personas amenazadas y perseguidas en conflictos de todo el mundo. Es un proyecto muy enriquecedor.
*En futuros números hablaremos de Martin Etxea, proyecto gestionado por Mundubat y del que Eneko habla apasionadamente.
¿Viendo cómo está el mundo, es un lujo vivir en Euskal Herria?
En principio, sí. Sin embargo, hay cuestiones que se pueden y deben mejorar, siendo la vivienda el principal desafío, especialmente para la población migrante. Existen muchos mitos sobre los migrantes, como que reciben más ayudas. Un estudio indica que, para 2050, el 50% de la población en Euskadi será migrante. Por lo tanto, será necesario buscar puntos de encuentro. Es cierto que quienes llegan deben cumplir con las normas locales, pero también creo esencial reconocer los sistemas morales de cada uno, conocerse mutuamente, y crear espacios de diálogo. Debemos construir un marco común de convivencia que garantice los derechos humanos, respetando las cosmovisiones y creencias de todas las personas. Los migrantes enriquecen nuestra sociedad y, además, los necesitamos.
Mundu bat… ¿Zoratuta? ¿Crees que el mundo tiene arreglo?
Tiene que tenerlo, ¿no? Debe tenerlo. En cualquier caso, aunque sea una utopía, creo que debemos seguir trabajando. Como dijo Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” Así que, seguiremos caminando.