Martín de La Cruz de Santiago nació en Normandía en 1924. Las cuentas se echan rápido, sí, cumplirá cien años en noviembre. “Si llego, claro”, me dice con una lucidez asombrosa para su edad. Bueno, ¡y para la mía!
Idoia, su vecina de toda la vida, me contó hace años que Martín era una persona muy interesante, que algún día tenía que hacerle un reportaje. Desde entonces, cada vez que me lo encontraba, me picaba la curiosidad. Pero mi ámbito laboral tomó entonces otros derroteros y, hasta ahora, no había tenido ocasión de descubrir qué había detrás de ese hombre pequeño con cara de buena persona al que llevo viendo toda la vida en Larrea.
Me presenté en su casa para conocer su historia, y allí estaba, azada en mano trabajando en la huerta: “Tengo dos huertas, una mía y la otra de mi hija, pero yo trabajo las dos”, me dijo antes de sentarnos a charlar.
-¿Qué tal Martín? ¿Te he trastocado mucho el día?
– No, bueno, ya he desayunado…
Martín se levanta todos los días a las 7:15. Hace unos estiramientos, 5 minutos de bici estática y se va a andar 4km hacia San Isidro. Después se prepara el desayuno y baja al pueblo andando a por el pan y el periódico: “Lo de leer el periódico es un vicio que tengo, como una droga, aunque cuentan muchas mentiras, ya lo sé, pero estoy enganchado”. Luego trabaja un ratito en la huerta y hace la comida (hasta hace poco cuidaba también de su mujer, pero lamentablemente falleció pocos días después de esta entrevista. D.E.P.). Los domingos descansa: “Me gusta tomar un vinito en el bar, aunque mis amigos hace algún tiempo que no están y cada vez voy menos”.
Una memoria asombrosa
Sus primeros recuerdos están ligados al pequeño pueblo francés de Saint Ettienne, donde vivió hasta los 6 años. Recuerda perfectamente sus calles, sus plazas, los lugares donde jugaba: “Hace unos años fui de vacaciones y me acordaba de todo”. Saint Ettienne pertenece a Normandía y está ubicado a solo siete kilómetros de Ruan, donde, nos recuerda, “ardió en llamas Juana de Arco”.
Sus padres eran de Ávila, pero tras la Primera Guerra Mundial emigraron a Francia porque había mucho trabajo. Con seis años se mudó de Normandía a París, donde su padre encontró trabajo en una fundición. Allí fue a la escuela y recuerda con cariño a sus profesores, en especial a una profesora que los llevó a conocer la Torre Eiffel. También recuerda algunos de sus amigos de la infancia como a Pascual y a Bianchi, de origen italiano. “Fueron unos años buenísimos; era un niño feliz allí”.
«ME LEVANTO TODOS LOS DÍAS A LAS 7:15, HAGO UNOS ESTIRAMIENTOS, 5 MINUTOS DE BICI ESTÁTICA Y ME VOY A ANDAR 4KM HACIA SAN ISIDRO»
Pero en 1935 sus padres decidieron volver a su lugar de origen. “Fue un gran error. En París teníamos de todo y en Ávila no había nada, solo pobreza.” De modo que se pasaba el día en el monte, dando largos paseos, que era lo que más le gustaba: “Mi abuela que vivía a 40km de nuestra casa cuidaba de dos de mis hermanos y a mí me gustaba ir a visitarlos. Solía ir andando, atravesando dos cumbres de 1500m aproximadamente. Pero me gustaba e iba encantado”.
Con 20 años encontró la forma de salir de su pueblo, “gracias” al servicio militar. Primero, en Alcalá de Henares, y después, en el Pirineo, donde, tras graduarse, decidió quedarse a vivir para tratar de cruzar la frontera y volver a Francia, ya que tenía familia allí. Pero no era tan sencillo y, a pesar de hacer varios intentos, no consiguió su objetivo. Además, a punto estuvo de ser acribillado a tiros: “Me avisaron de que tenían orden de dispararme si me pillaban otra vez”.
Durante ese tiempo se alojó en una posada y poco después conoció a la hija del dueño (su futura mujer) y se enamoraron. Pero aquel no le parecía un sitio próspero para formar una familia y decidió buscar trabajo en otro lugar.
Conoció a los hermanos Iturbe trabajando en Canfranc, mientras colocaban unos cables para la extracción de madera. Estos le ofrecieron trabajo en su negocio de Amorebieta y Martín no se lo pensó dos veces. En julio de 1954 llegó a nuestro pueblo: “Recuerdo que era un 27 de julio, día de Santanatxu. Había una novillada y mucho ambiente. Pero curiosamente para ser julio, estaba lloviendo a cántaros”.
Comenzó una nueva etapa trabajando primero en Aspiradoras Vallet y posteriormente en IZAR, hasta su jubilación. También trabajó durante algunos años de camarero en el bar de Teles, hoy Billiken, los domingos y festivos.
Pasión por el deporte y la montaña
Pero la historia de Martín no solo se teje entre mudanzas y trabajos, sino que también está marcada por su pasión por el deporte y por el monte. Al dejar el trabajo de camarero, empezó a entrenar y su afición lo llevó a completar cientos de cumbres distintas y a correr infinidad de carreras populares. Participó en la carrera Campeonato Vasco Navarro de 21 kilómetros dos años consecutivos, con 71 y 72 años respectivamente. Su última carrera fue con 89 años: “Me di cuenta de que tardaba lo mismo corriendo que andando, así que, a pesar de que todo el mundo me aplaudía, decidí dejarlo”.
«PARTICIPÉ EN LA CARRERA CAMPEONATO VASCO NAVARRO DE 21KM DOS AÑOS CONSECUTIVOS. MI ÚLTIMA CARRERA FUE CON 89 AÑOS»
Euskara
En este momento de la entrevista, se acercó un vecino:
—Egun on, Martin.
—Egun on, Andoni. Hemen gaude, sartu lasai.
—Baina, Martin, euskaraz dakizu? —intervine sorprendido.
—Bai, pixka bat. Nagusitan ikasi nuen, euskaltegian. Baina oso zaila da, nagusitan ikastea batez ere. Gaur ikasten duzuna bihar ahaztu egiten zaizu. Baina beti gustatu zait eta esfortsua egin nuen. Eta pozik nago. Gaur egun nire ilobekin egiten dut euskaraz eta harro nago.
Idoiak arrazoia zeukan, kriston tipoa Martin!
Zigor Aiarza Martin