<< EL PASADO DÍA 18 DE MAYO, LA SOCIEDAD ARTÍSTICO CULTURAL ZORNOZA HOMENAJEÓ A ROSI PAJUELO, VÍCTIMA DE LA GUERRA CIVIL >>

Rosi Pajuelo nació el 28 de julio de 1938 en Haba de la Serena (Badajoz). Durante el parto en la casa familiar entraron soldados nacionales con la orden de detener a sus padres, Rosa Velarde Peña y Manuel Pajuelo Juez, acusados de adhesión a la Rebelión. “Un tío mío había sido alcalde republicano, y tal vez mis padres asistieron a alguna reunión o manifestación, pero eran personas buenas, que nunca hicieron daño a nadie”, explica Rosi. Al ver a la madre en pleno parto, se llevaron solo al padre. Al rato nació Rosi, aparentemente muerta. La matrona que asistió el parto pensó que había nacido muerta, y la dejó sobre la mesa de la cocina mientras atendía a la madre. En aquella época, las condiciones del embarazo y del parto no garantizaban en absoluto finales felices. Y este parecía uno más.
Pero una de sus hermanas, niña aún, se acercó al cuerpecito inmóvil con curiosidad. Al tocarla levemente, Rosi hizo una mueca. “Entonces me dieron una paliza — cuenta ella con ironía— y ya vine al mundo”.
Unas horas después los soldados volvieron a por Rosa y esta vez se la llevaron con su hija recién nacida en brazos.
Madre e hija fueron conducidas a la misma prisión donde estaba su padre, pero hombres y mujeres estaban separados, sin posibilidad de contacto. “Años después, mi madre me dijo que un día mi padre me vio a través de una ventana”, recuerda Rosi. Al día siguiente lo fusilaron.
Meses después se celebró el “juicio” a Rosa. La sentencia fue clara: pena de muerte. Pero durante la lectura, Rosi no dejaba de llorar en brazos de su madre. Tal vez por compasión, tal vez porque no sabían qué hacer con una recién nacida, el juez cambió la condena: “puede dar gracias a su hija que le ha levantado la pena de muerte”, dijo el juez a Rosa. Cambiaron la pena a treinta años de cárcel.
Unos meses más tarde, madre e hija fueron trasladadas a la cárcel de mujeres de Amorebieta, conocida por entonces como “la peor cárcel de mujeres de toda España”.
Prisión Central
La cárcel de mujeres de Amorebieta —primero “Hospital Prisión de Mujeres” y luego “Prisión Central”— funcionó bajo el régimen franquista entre 1939 y 1947, en el edificio que hoy ocupa el colegio El Carmelo. En marzo de 1940 fue convertida en Prisión Central para reclusas con largas condenas, procedentes de toda España. Estaba destinada a mujeres consideradas “altamente peligrosas”: comunistas, socialistas, familiares de republicanos, militantes o disidentes. “Algunas de las chicas conocidas como ‘las trece rosas’ también estuvieron aquí” recuerda Rosi que se lo había contado su madre.
Hacinamiento, hambre crónica y represión moral eran el pan de cada día. Las monjas —Hermanas de San José y Oblatas— ejercían una disciplina férrea: censura de cartas, castigos arbitrarios, aislamiento por cualquier conducta “indebida”. “Había monjas muy buenas y otras muy malas. Una monja quería sacarme a pasear fuera de la cárcel, pero mi madre no le dejaba. Había niños que salían y ya no volvían”.
En la cárcel había talleres de costura y bordado donde las presas confeccionaban uniformes para el ejército, cobrando una mínima paga que podía contribuir a reducir la condena. “Mi madre sabía coser, y gracias a eso le rebajaron la pena”, cuenta Rosi. Pero antes de que le concedieran la libertad, madre e hija tuvieron que separarse. “Cuando cumplí cinco años, me sacaron de la cárcel. Me mandaron a Badajoz con unos tíos. A mi madre la trasladaron a la prisión de Saturraran”.
UN DÍA MI PADRE ME VIO A TRAVÉS DE UNA VENTANA. AL DÍA SIGUIENTE LO FUSILARON

Entre barrotes, pero no solas
Durante su estancia en Amorebieta no todo fue oscuridad. “Había gente del pueblo que se portaba muy bien con las presas y ayudaban en lo que podían”, recuerda. Así, su madre supo que, cuando saliera, no le faltaría ni techo ni trabajo.
Y así fue. En el año 1946 Rosa fue liberada. Ante la imposibilidad de regresar a su pueblo natal por destierro, decidió ir a Badajoz a buscar a sus hijas y regresó con ellas a Amorebieta.
“Volví aquí siendo una niña y pude ir a la escuela. Mis hermanas eran algo mayores y empezaron a trabajar en la Fonda Pachiquín. Mi madre cosía y hacía trabajos para todo el pueblo. Unos años después entré a trabajar en la Textil de Astepe. Y desde entonces, mi vida ha transcurrido felizmente en Amorebieta, donde encontré un hogar y he podido formar una familia de la que me siento muy orgullosa”.
A día de hoy, Rosi no sabe aún dónde está enterrado su padre. “El día del homenaje en el parque, en la entrega floral, miré al cielo emocionada y pensé: esto es para vosotros, papá y mamá”.
Rosa Velarde y Rosa Pajuelo, las dos Rosas que tras pasarlo muy mal por culpa de una guerra horrible e injusta, encontraron en Amorebieta un lugar donde rehacer su vida, echar raíces y florecer en todo su esplendor.