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‘SAHARA OCCIDENTAL’ Mohamed Chej Amar

Tinduf-web

Mohamed Chej Amar, nacido en Dajlá, Sahara Occidental, vivió el exilio de su pueblo tras la descolonización española y la ocupación marroquí. Hoy, desde Amorebieta, recuerda la dura lucha de su pueblo por la independencia y sueña con regresar algún día a su tierra natal.

Mohamed nació en Dajlá, Sahara Occidental en 1966. El país africano fue colonizado por la Corona Española en 1884, tras varios intentos de apoderamiento por parte de Francia, Bélgica y Portugal. Fue España la que finalmente logró ocupar este extenso territorio árido, habitado por pequeñas poblaciones en su mayoría nómadas, en la época en que los países Europeos colonizaban, y de paso saqueaban el continente africano. 

Dajlá era un pequeño pueblo costero ubicado en el extremo sur del Sahara Occidental. Mohamed no lo recuerda demasiado ya que siendo muy pequeño tuvo que migrar a Auserd, pueblo del interior, para tratar el asma que sufría su padre. “El clima marino no era apropiado para su enfermedad y mis padres decidieron buscar un lugar mejor”. 

Por aquel entonces la vida de Mohamed transcurría con la normalidad propia de una familia Saharaui de 8 hermanos. “Mi padre trabajaba de albañil, mi madre trabajaba cuidando de la casa, de los hijos, de los animales y nosotros estudiábamos y ayudábamos en las labores del hogar”.  Pero su vida dio un vuelco cuando España decidió abandonar el Sahara Occidental. De pronto se vieron invadidos. La marcha verde marroquí por un lado ,“nosotros la llamamos la marcha negra”, y los Mauritanos por el otro, se apoderaron de gran parte del territorio, obligando a la población saharaui a desplazarse a la región más árida y desértica del país. Mauritania se retiró pronto del Sahara, pero Marruecos clavó su bandera y se hizo con el 80% del territorio, planteando un dilema muy duro a sus habitantes; dejar sus casas, sus poblados, sus vidas y buscar un refugio desde el cual organizarse para luchar por su independencia, o quedarse y vivir bajo la corona marroquí. “Decidía el padre de familia. Mi padre decidió luchar, de modo que toda mi familia partió hacia lo desconocido”.

El pueblo saharaui en el exilio (Frente Polisario y República Árabe Saharaui Democrática) negociaron con Argelia la cesión de un lugar donde mujeres y niños pudieran sobrevivir mientras los hombres luchaban en la guerra. Fueron cuatro días y cuatro noches de desplazamiento en camionetas, burros, camellos, hasta llegar a Tinduf”. Mohamed recuerda las Jaimas alineadas, clavadas a una tierra hostil, en medio del desierto “no había árboles, no había nada, solo piedras y arena”. Allí se organizaron. Construyeron viviendas, escuelas, hospitales. Gracias a la férrea autodisciplina, a la ayuda internacional y sobre todo a las mujeres, crearon un lugar “habitable” en ese trozo de tierra junto a la frontera de su país. “Las mujeres saharauis han hecho posible la vida en los campamentos. ¡Son extraordinarias!”.

Entre otras normas, los saharauis establecieron los estudios obligatorios en los campamentos hasta los 18 años. “Yo estudiaba y ayudaba en casa y a la comunidad en general. El compromiso con la causa no dejaba lugar al disfrute personal. Teníamos muy poco tiempo para el ocio. Algún partido de fútbol. Descalzos y entre piedras, eso sí”.  Y fue en uno de esos partidos donde su vida volvió a dar un vuelco. Cuando tenía 16 años se rompió la rodilla. “Y al operarme me detectaron Hemofilia, una enfermedad de la sangre”. Se quedó en una silla de ruedas durante dos años. Apenas se podía mover por el poblado y tuvo que dejar de estudiar. “Fue muy duro, no podía hacer nada”.  A los 18 años, gracias a un acuerdo con el gobierno de Austria, pudo viajar a Viena para operarse. La intervención le permitió levantarse de la silla de ruedas, pero valiéndose de muletas. Está situación añadida a su enfermedad sanguínea hacía complicada su vida en los campamentos, de modo que la organización le buscó un destino más adecuado. Así, en el año 2002 llegó a Barakaldo para iniciar un tratamiento, y tras varias ubicaciones se instaló en Amorebieta en 2009. Aquí ha formado una familia y dice sentirse bien, pero, “no me puedo quitar de la cabeza los campamentos. Amorebieta es muy bonito, la gente es amable y mi familia vive bien aquí. Pero mi pueblo nos necesita. Yo querría estar allí, pero desgraciadamente no es posible. Animo a mis hijos a visitar los campamentos y luego ellos decidirán si quieren vivir allí al menos un tiempo para colaborar. Los conocimientos que adquieran aquí pueden ser muy útiles allí. La guerra no ha terminado. Y aunque en Amorebieta estamos bien, algún día me gustaría volver a mi país, a mi pueblo

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