Julen actualmente vive en Madrid y decidió aprovechar los dos días que tenía libre en el trabajo para ir a Valencia. “Con todas las imágenes, vídeos y testimonios que escuchábamos a través de las redes sociales sentimos la necesidad de ir a ayudar. De la noche a la mañana cuatro compañeros y compañeras del trabajo cogimos el coche y nos presentamos allí”.
¿Qué es lo que te encuentras al llegar allí?
Lo primero que ves cuando entras en Valencia son kilómetros y kilómetros de coches en las esquinas de las carreteras. Ves grandes comercios, tiendas de muebles, concesionarios de coches, etc. destrozados que tienen alrededor miles y miles de coches abandonados. Parece un decorado de cine, no sólo por el barro sino por la cantidad de coches apilados que encuentras en todas las esquinas. Impresiona mucho porque te hace pensar que hay gente tuvo que bajarse de esos coches e irse andando hasta una zona segura; hay coches que llegarían con las riadas, otros quizás llevaban gente dentro que no pudo salvarse.
Hay calles que están en buen estado, pero porque ya ha pasado más de una semana y se ha ido haciendo mucho trabajo. Es muy duro, más de lo que se ve en la tele, pero gratificante a la vez. Por poquito que hayamos estado sentimos que hemos hecho mucho, pero aún así sigue haciendo falta mucha ayuda.
¿Cómo os habéis organizado?
Nosotros estuvimos en Chiva, Aldaia y Algemesí. En algunos pueblos te dejaban acceder en coche, en otros dejabas el coche a las afueras e ibas andando o te llevaban en furgonetas al centro del pueblo. Nos alojamos en el polideportivo de un colegio asociado con la Cruz Roja donde había espacios habilitados para los voluntarios, policía y bomberos. Había compresas, dodotis, ropa, comida… Dormíamos allí.
No hay una organización establecida. Vas a un pueblo y una vez ahí vas preguntando si hace falta ayuda. En algunas zonas ya hay gente suficiente y te indican que vayas a otras zonas concretas. Una vez ahí te acoplas a lo que está haciendo el resto.
Me impresionó mucho la ayuda humanitaria que hay, cómo se vuelcan los ciudadanos con los voluntarios. Estabas trabajando y de repente pasaba una furgoneta con un cartel que ponía ‘comida caliente’. Te sacaban tuppers, te decían que descanses, que cogieses todo lo que quieras. Habían habilitado comercios destrozados con mesas y sillas para comer. La comida que nos daban llegaba de otras comunidades. Se notaba que éramos voluntarios porque íbamos de barro hasta arriba; llevábamos chubasqueros y katiuskas pero aún así acababas completamente lleno de barro.
¿Qué labores son las que habéis hecho?
En Chiva hicimos poco más que ayudar en un bar a sacar cámaras frigoríficas. Sentíamos que allí ayudábamos poco porque las familias ya lo tenían todo bastante avanzado. Nos propusieron quedarnos en una de las ludotecas empaquetando pañales y demás pero allí ya había mucha gente y preferíamos meternos, nunca mejor dicho, en el fango.
Aldaia era impresionante de ver, cómo estaba la calle y lo lento que iba todo. Una calle llena de barro y un montón de gente sacando todas las cosas de un garaje subterráneo de tres plantas; la última planta todavía estaba llena de agua, ahí estaban los bomberos trabajando. Bajábamos con linternas, sacábamos escombros y los apilábamos fuera; sacabas muñecas, decoración de Navidad, ropa, documentos… todo lo que te puedes imaginar que hay en un trastero lleno de barro. Los apilábamos en la calle y después los llevábamos en cubos hasta el camión.
Llegando a Algemesí el servicio de limpieza nos cogió por banda y nos llevó a echar una mano en el garaje de la policía local. Y ahí más de lo mismo. Era un garaje pequeño pero el barro estaba estancado y tardábamos mucho en poder sacar los escombros.
Y eso es lo que he hecho, sacar escombros y limpiar el barro. Acababa el día sin fuerzas, con el cuerpo destrozado. Ha sido muy duro mentalmente pero, sobre todo, físicamente. Las horas se hacían muy largas pero con poco que ayudabas ya hacías mucho.
